The Adversiter Chronicle

sábado, 21 de febrero de 2015

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre


Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro: Memorias
Autor: Leni Riefenstahl
Editorial: Editorial Lumen
Traducción: Juan Godo Costa
Edición: Primera edición 1991

¿Hasta qué punto es culpable un artista de que su talento y su obra se desarrollen en un sistema totalitario y su arte elevado a ejemplo de los valores del totalitarismo?

Hago esta pregunta porque dentro del imaginario colectivo sobre el nazismo para las generaciones nacidas después de la II Guerra Mundial, hay un icono que hemos visto y nos ha despertado la curiosidad al menos una vez en la vida: Leni Riefenstahl.

Alemania en la década de los 20´s con un Berlín vanguardia de tendencias artísticas pero también políticas con una URSS que trata de exportar su revolución y una Italia que ha encontrado en el fascismo un faro que guíe hacia la prosperidad y el imperio...
 
También un nuevo arte, el cine, que está descubriendo nuevos códigos visuales y que ya es sonoro. Una joven artista de la danza pero cuya sensibilidad artística encontrará en el cine la forma de plasmar sus encuadres, contar historias donde la imagen es soporte de la palabra y transmitir al público su arte para la fotografía, sin embargo su época de mayor esplendor e inspiración se desarrolla bajo el régimen nazi que ve en ella la persona capaz de plasmar en imágenes su ideal racial.

Y es que Leni Riefenstahl no es sólo una cineasta y fotógrafa reconocida, es también la voz de la mayoría silenciosa alemana de la época que viven una era oscura y que al fin de la contienda tuvieron que aprender a enterrar el pasado porque uno de las más graves consecuencias del periodo nazi es que condenó a dos generaciones de alemanes a sufrir el escarnio y la acusación de ser nazis pese a que las pruebas indicaban su inocencia y su pecado fue vivir la época.

De Leni Riefenstahl mujer se ha dicho y escrito de todo, desde que bailaba desnuda para Hitler hasta que fotografiaba el holocausto pasando por poner su talento al servicio del régimen. De Leni Riefenstahl cineasta siempre se le reconoció su talento, la magia de sus imágenes y su carácter de pionera en los secretos cinematográficos.

El libro que traemos hoy es la historia de Leni Riefenstahl contada por Leni Riefenstahl. Quien busque morbo, aunque es indudable que leemos con el mismo cuando se refiere a Hitler y su régimen, saldrá decepcionado porque estamos ante todo leyendo las memorias de una cineasta que nos permite asomarnos a su intimidad con pequeñas pinceladas, las justas para encuadrar su persona en los distintos periodos de su vida. El único reproche, de lector ávido de su lectura, es quizás que hay muchos detalles de su periplo en tierras de África y añoramos más detalles del periodo nazi, aunque se agradece su memoria para los detalles de sus conversaciones con el propio Hitler y alguno de sus colaboradores cercanos...
Pero mejor unos breves pasajes que os animarán a su lectura más que mi verborrea:


Recuerdos de la infancia...
Una experiencia infantil inolvidable fue para mí la primera obra de teatro que vi por
Navidad cuando contaba cuatro o cinco años: `Blancanieves´. Me causó una excitación extraordinaria, y recuerdo muy bien el regreso a casa en el `eléctrico´: los otros pasajeros se tapaban las orejas y pidieron a mi padre que hiciera callar de una vez a aquella criatura que parloteaba histéricamente. El teatro, el mundo misterioso que existía tras el telón, los `malos´ sobre todo, que hacían de las suyas sobre el escenario, no me dejaron en paz desde entonces. Fui convirtiéndome en una niña ansiosa de saber, que importunaba a la gente con toda suerte de preguntas que de algún modo se relacionaban con el teatro.”


En la Cancillería del Reich...
Fue en la última semana de agosto de 1933 cuando fui invitada por teléfono a un almuerzo en la Cancillería del Reich. Con un mal presentimiento, cogí el coche y me dirigí a la Wilhelmstrasse. Brückner me recibió y me indicó un asiento en una larga mesa. Ya se encontraban reunidos unos treinta o cuarenta hombres, la mayoría de ellos en uniforme de las SA y de las SS del partido nacionalsocialista. Sólo unos pocos vestían de paisano. Como único ejemplar del sexo femenino, me sentía completamente desplazada. Con la excepción de de los ayudantes (de Hitler) Brückner y Schaub, no conocía a ninguno de aquellos señores. Cuando Hitler entró en la sala, fue saludado brazo en alto. Tomó el asiento del extremo. Se hablaba animadamente, pero pronto sólo se oyó su voz. Yo tenía un único pensamiento en la cabeza, me preguntaba por qué se me había invitado.”



OLYMPIA...
El nerviosismo del público se me contagió. ¿Cómo sería acogida la película (en su estreno)? Nadie, aparte de mis colaboradores, la había visto hasta aquel momento.
Ningún miembro del COI, ni siquiera el secretario general de los Juegos Olímpicos, el profesor Dr. Diem, que, sin embargo, era el promotor. Para mí habría sido insoportable mostrar una obra no terminada... Desgraciadamente soy una perfeccionista incorregible. ¿Seguirían los espectadores el desarrollo de la película, se aburrirían? La larga duración de la proyección me preocupaba, pues las dos partes juntas ocupaban casi cuatro horas. Yo estaba en contra de esta proyección conjunta, pero el distribuidor lo había querido así. Después de la primera parte, estaba previsto un descanso de media hora. Mis pensamientos fueron interrumpidos por las aclamaciones de la multitud. Había llegado Hitler y tomó asiento en el palco central. La sala se oscureció lentamente, enmudecieron los vivas y la orquesta atacó las primeras notas. Como obertura se ejecutó la composición de Herbert Windt sobre la carrera de maratón, dirigida por él mismo. Luego, cuando se abrió la cortina y en la pantalla apareció en grandes caracteres la palabra OLYMPIA, me eché a temblar.”


El crepúsculo del régimen nazi...
También acerca de la muerte de Rommel parecía saber algo la señora Schaub. Hitler debió sentirse trastornado cuando se enteró de la relación de Rommel con los oficiales del atentado del 20 de julio; sobre todo porque se preveía a Rommel su sucesor. A mi pregunta de si creía todavía (la señora Schaub, mujer del más antiguo ayudante de Hitler) en una victoria, dijo que no. llorando me dijo que ya no vería más a su marido, porque no quería abandonar al Führer y quería morir en Berlín, en el búnker. `Si mi marido muere´, exclamó desesperadamente, `yo también quiero morir con los niños´. En vano traté de tranquilizarla.”



Expedición a África...
Después de aquel encuentro, me sentí como si hubiese nacido de nuevo. Otra vez veía una misión, un objetivo. Todos los problemas me parecían solubles; incluso
desaparecieron mis molestias físicas. Con gran impulso me lancé a los preparativos. Nunca habían sido tan ideales las posibilidades de hacer un buen documental en África con tan escasos medios. El permiso del gobierno sudanés que yo había obtenido de Abu Bakr en Khartum no tenía precio. Si yo no hubiera estado tan difamada en Alemania, cualquier compañía de televisión o de cine habría financiado la película. De Ron Hubbard no había vuelto a tener noticias desde el momento que rehusé el proyecto sudafricano. Philip Hudsmith se hallaba todavía en Oceanía y mis amigos japoneses, los hermanos Kondo, habían regresado a Tokio cuando se construyó el Muro de Berlín.”


Ritos de los nuba...
Los nuba se encontraban en tal estado de éxtasis que, con tal de que no nos mezclásemos con las que danzaban, pudimos trabajar sin impedimento alguno. Parecía que todas las muchachas de Nyaro participaban en aquella fiesta. Los luchadores, en cambio, los `Kadundors´, se hallaban sentados, pintados y adornados, junto a los tambores, en el interior de la abierta rakoba. Con la cabeza baja, sujetando sus palos y haciendo sonar los cascabeles con el temblor de las piernas, esperaban las declaraciones de amor de las muchachas. Las mujeres de edad acompañaban con sus cantos los desenfrenados ritmos de las danzantes. Otras mujeres, que bailaban con sus hijas, cantaban su inocencia. De repente, las muchachas se acostaron con la espalda contra el suelo, levantaron las piernas, las abrieron y las madres alabaron cantando con voces estridentes la virginidad de sus hijas. En esta danza, aparte de niños y madres, sólo podían tomar parte vírgenes.”



Apasionante biografía de una apasionada mujer que siempre supo captar los matices de mundos que acaban siempre desapareciendo, desde el totalitarismo a las tribus primitivas de África pasando por arrecifes de coral y el mundo submarino. Una artista víctima de su tiempo donde un año premiaban su talento y años después acusada y difamada por prostituir el mismo al servicio de la supremacía racial. Un curioso castigo de los dioses con una obra eterna que vemos en fragmentos en documentales sobre el nazismo pero pocos ven la obra en su contexto y en su conjunto, tal vez porque su visión, como la de todos los talentos, supera el localismo temporal para ser eterna y como tal siempre manipulada...
 
Lectura obligada de sibaritas cinematográficos, curiosos de una época vista por un contemporáneo así como para amantes de biografías, funcionarios con baja médica, parados de eterna duración y para todos aquellos que se preguntan quién rodó las escenas las olimpiadas de 1936, el congreso nazi en su máximo esplendor y tienen el gusanillo de salir con su cámara a plasmar su visión de las cosas. Ideal para la suegra que nos preguntará con cara de haba por qué no sale Franco...

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